Seguidores

16 de febrero de 2011

Elefantes ahogados en café

El olor a café amargo recién hecho me despertó. A mi derecha, sólo la mitad de mi cama vacía, como cada mañana de domingo. Pero hoy, olía a café y yo no le había hecho. Estas cosas sólo se le ocurren a Guillermo, además él sabe que soy de colacao por las mañanas, y dejo el café para las tardes.
La habitación estaba oscura, y aún así consiguió ver que parpadeaba.
- Buenos días, ¿eh?
Qué bonita su voz a las once y veintiséis de la mañana. Rompedora, todopoderosa, que no me provocó más que una sonrisa idiota y fuera de lugar.
- Hoy no te puedes quejar, he preparado café.
- Cuidado, los domingos no suelo despertarme muy bien.
Me di media vuelta en la cama y me abracé las rodillas. Había imaginado esta escena tantas veces, había creado en mi cabeza tantas frases, que ahora no sabía cómo actuar. Y aunque en mi estómago sentía algo, y no era hambre, dudaba entre mariposas o elefantes que me atormentaban la mañana. La almohada todavía olía a él, y a besos y a amor y a pasión. Y las sábanas habían sido testigo de tan maravillosas cosas que se habían quedado sin palabras.
Y yo, con la sonrisa todavía puesta en la cara y los ojos mirando hacia la ventana, pero viendo la noche anterior, tampoco tenía palabras apropiadas. Bueno sí, dos, dos que susurré lo más bajito posible para contárselo a todo el mundo menos a Guillermo.
- Eres genial.

1 comentario: