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3 de septiembre de 2013

III.

Y de repente se juntan dos mundos en un solo alma. Pero lo peor no es eso, lo peor es que el alma es externa a todo ello.
Entonces, poco a poco cada mundo cuenta su historia y en medio del alma se empieza a crear un libro lleno de relatos confusos. Y el alma acaba muriendo, lentamente.
Pues cada letra que lo llena, lleva un recuerdo que lo azota y lo desgarra.

Y en ninguno de los dos mundos existe rosa que llevar al entierro.

2 de septiembre de 2013

II.

Un mago sin conejo ni sombrero, 
como las manos que no te calientan en invierno.
Inútiles.

I.

No sé si tus ojos miran al vacío o lo son ellos en sí mismos;
sólo sé, que cuando me miras,
de repente,
todo se vuelve negro y me salvan tus labios.
Pero hoy todo está lleno
de risas, enfados y mofletes colorados.
Lléname.

11 de julio de 2013

174.

Escribir bonito, como Neruda.
Sonar bonito, como la banda sonora de El Padrino.
Sentir bonito, como los rayos de sol colándose por tu persiana cualquier martes de verano calentando tu hombro izquierdo desnudo sobre la cama.

Pero ni escribimos, ni sonamos
Incluso ya ni siquiera  nos sentimos

El recuerdo de aquel último beso y las marcas de tus dientes en mi cuello son lo único que me obligan a mantenerme aferrada al pasado. Y el poder de revolverme todo por dentro con un simple «pequeña». Besos bajo la lluvia y sueños compartidos en cualquier colchón.¿Por qué me enseñaste tantas cosas, joder? Que te odio porque no puedo olvidarte; que te quiero y por eso lo de recordarte. 
    Pero dueles.

                                             Aún no logro entender que eres, pero que no estás.  
O al revés.
Ya ni sé.


12 de marzo de 2013

El café de Manolo.

- Un descafeinado, por favor - cogí un taburete y el periódico y me senté al final de la barra.
Me quedé tan inmersa leyendo la noticia sobre aquel accidente que acabó con la vida de una familia y una pareja joven, que me sorprendió aquella mano agrietada que me dejó el café.
- Con un poquito de espuma, como siempre.

Llevaba toda la vida yendo a ese bar de barrio que estaba enfrente de mi portal. Lo había visto cambiar de nombre y de fachada, pero nunca de dueño. La gente que iba allí parecía ir con unos horarios establecidos y con un sitio predeterminado. Incluso el periódico tenía su propia ruta por la barra y las dos mesas que se cobijaban tras la diana. 

Y hasta ese día en el que no observé de cerca las manos de Manolo, no me dí cuenta de que había un cacho de mi vida que él podría escribir. Él me había servido cafés a media tarde, pero también alguna mañana de domingo nada más abrir. Me había puesto mis whiskys dobles con tres hielos muchos viernes. Y un refresco y un pincho de tortilla las mañanas en las que sacaba un rato.

Y me fijé alrededor. En la esquina de la barra estaba aquella pareja de apariencia. Mi madre siempre decía que iban más peripuestos de lo que se podían permitir, pero que en este mundo vale más lo que enseñas que lo que verdaderamente tienes. En una de las mesas normalmente había un señor que sujetaba la cachaba con el brazo izquierdo y pasaba las hojas de un viejo libro con la derecha. Manolo me contó un día que, por lo menos, llevaba 5 años con ese libro. Me prometí preguntarle algún día sobre qué iba. A mi derecha, unos abuelos no dejaban de observar con ternura su nieta. Según mi cuenta éste era, mínimo, el sexto nieto, pero por fin una niña. Un poco más allá estaban esos dos chicos que venían siempre a la misma hora y sólo decían: «lo de siempre», y Manolo ya lo entendía todo. Algún día los oía reír sobre alguna historia de novias y chiquillas. Y hoy faltaba aquella familia que me vio crecer, muy amigos de mis padres desde que tengo uso de razón. 
Aquella familia que tuvo el accidente y de la cual hoy sólo quedan recuerdos, dos taburetes vacíos, y la diana apagada con los dardos de la última partida. 



...sé que no es el mejor bar de la ciudad, no es más que una taberna de barrio que resiste al paso del tiempo. Y tiene muchas historias que contar.