Seguidores

16 de marzo de 2011

La octava maravilla

- ¿Sabes? A mí hace tiempo me costaba creer que un amanecer podía llegar a ser lo más bonito. Hasta que te conocí a ti, Guille. 
- Ah, ¿sí? Quizá es porque nunca te habías parado a mirar uno.
- Quizá no, creo que he visto demasiados, entre demasiados brazos, sin sentir demasiado. Pero aquel primer domingo que despertamos juntos pude ver el amanecer más que se escondía tras la ventana. Y cuando me giré, y vi en tus ojos el reflejo, pasó de ser bonito, a precioso.
- La octava maravilla, ¿verdad? - una sonrisa pícara se apoderó de su cara, una sonrisa que acabó muriendo  en un beso. 



Me gustaría haberle dicho que en realidad no he visto tantos amaneceres entre tantos brazos. Que los que más me arropan son los suyos, que los labios que mejor me curan son los suyos. Que la voz que más me estruja las tripas es la suya, que más bonito que un amanecer, son sus ojos. Y más bonito que sus ojos, una mirada rezagada. Que cuando tengo miedo, le busco y aunque no me mire, no me hable, si le encuentro estoy segura. Que me aferro a él para que nada pueda dolerme, más que su adiós. Que le quiero, o incluso más. Pero no habría servido de nada. Todo habría seguido igual: noches de sábado y mañanas de domingo a su lado, simplemente.

No hay comentarios:

Publicar un comentario